Una colección de nombres. Eso es lo que me parece el Museu Colecção Berardo, la nueva exposición permanente que ocupará hasta 2016 el espacio del Centro Cultural de Belém (CCB). Al poco de la inauguración a bombo y platillo, hicimos una visita a la tan cacareada colección de arte contemporáneo, adquirida durante años por el banquero y magnate portugués Joe Berardo, un auténtico self-madelman. Hay obras (una por cabeza, rara vez dos) de Francis Bacon, Malevich, Picasso, Vieira da Silva, Dalí, Miró, Andy Warhol, Júlio Pomar, Tàpies, Chagall, Paula Rego, Frank Stella, y un larguísimo etcétera. Con semejante elenco, y tanta batahola mediática, había que ir. Y fuimos, claro. Debe de ser que nos pilló en mal día, porque, después de una larga cola, la experiencia fue decepcionante. Hay, desde luego, obras muy interesantes, pero mucho de lo expuesto son pinturas poco representativas de lo mejor de cada autor (por no decir que algunas son de muy segunda fila). Y además me pareció que se daba demasiado espacio al Pop Art, que a mí me parece anecdótico. Supongo que el magnate (viste de negro opulento y rezuma corleonismo por los cuatro costados) decidió un buen día que había que coleccionar nombres. No es difícil imaginar una conversación con su museólogo asesor:
–Bueno, pues mañana me compro un… ¿cómo se llama ese de las latas?
–Andy Warhol, comendador.
–Eso, un Guarjol, que luce mucho. Me ponga cuarto y mitá.
–Excelente idea, comendador, y… ¿ha pensado en alguna obra en particular?
–Pues no, qué pregunta tan tonta, el primero que se subaste, pero que no sea de los caros, ¿eh?
–Por supuesto, comendador, faltaría más.
Me ponga cuarto y mitá de sopa Guarjol, oiga.
Pues bien, bromas aparte, sería una mera decepción si la colección, esa exposición de diez años y puede que permanente, no fuese un negocio redondo para el
comendador: hasta donde yo sé, el Estado portugués pone el espacio y paga los gastos administrativos, de mantenimiento, conservación, seguridad, etc., y en 2016 tiene además opción preferente de compra por unos cuantos millones de euros (generoso, el
capo). Pero no se trata sólo de que un multimillonario engrose más aún sus ya abultadas arcas a costa de vender su colección privada al Estado. Es que además su colección permanente ocupa un espacio inmenso y precioso, las salas de exposiciones temporales del CCB, por las que han pasado muestras de arte contemporáneo de primera fila desde que el Centro Cultural de Belém se inauguró, en 1993. Lisboa pierde un espacio central en el circuito de las artes plásticas, el primero de Portugal hasta que se inauguró la Fundação Serralves de Porto (una maravilla, por cierto).
No es difícil ver, por tanto, que también en este asunto los nombres parecen más importantes que las obras (en arte, como también en literatura), que se menosprecia el concepto de arte en movimiento y la oportunidad de ver grandes exposiciones temporales. Pero además lo que se comprueba es que, aquí como en cualquier país (España a la cabeza, donde cada capital de provincia tiene ya su museo de arte contemporáneo), la gestión cultural es un apéndice más del rendimiento político, arte del lucimiento y de la mera fachada, en pro de los réditos electorales y de un pretendido prestigio cultural. Y los nombres, los nombres siempre por delante. Nunca hay que olvidar el peso del Autor. Ni a cuánto se cotiza su firma.