2 de enero de 2007

el hueco

Hueco en el hueco, vacío reiterado hacia el infinito en el vértice nunca sellado de la espiral. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? ¿Puedo yo decidirlo? Decidir. Siempre el niño que llevamos dentro, una vez más la misma pregunta: ¿y después, qué?
Sinuoso serpentea el viajero en su descenso, pero ¿quién dibuja su rastro?, ¿el viaje?, ¿el viajero? Y, aún más, ¿qué importa el rastro si allí a donde se viaja no hay opción para el retorno?
Yo coleccionaba relojes de arena.
Ahora me los regalan otros.
Que hay compañeros de viaje e instantes luminosos, pero eso no quita para que estemos menos solos hasta la muerte.
No espero que esto pueda ser útil a nadie. Escribimos palabras útiles para lo inútil. Palabras, siempre, para el silencio y el olvido y para la oquedad sin término de todo cuanto no existe y que tampoco es la nada y jamás, jamás ese absurdo delirio llamado eternidad. Escribimos para el hueco, en fin. ¿Para qué si no?

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