31 de julio de 2007

ciegos

Ayer escribí sobre el arte en el metro de Lisboa. Hoy leo en un blog que suelo frecuentar un breve retrato de otro metro de Lisboa: el de los ciegos que piden limosna. Siempre solos, avanzan haciendo sonar un recipiente donde tintinean las monedas, y a su paso golpetean el bastón contra las barras y asientos del vagón. Repiten una cantilena lastimera, que transcribe con precisión Miguel Vale de Almeida en el enlace anterior. Algunos parecen arrancados de las páginas de una novela picaresca... o de Ernesto Sábato.

quem me dera

Manuel Rui (Huambo, Angola, 1941) es uno de los más destacados escritores angoleños, autor de libros de poesía y narrativa, tanto cuentos (Regresso adiado, 1973, o 1 morto & os vivos, 1992) como novela breve (Quem me dera ser onda, 1982, o Crónica de um mujimbo, 1989) y novela (Rioseco, 1997, probablemente su obra más experimental y compleja).

Quem me dera ser onda (hay traducción al español, con un título tan poco sonoro como Si pudiera ser una ola) narra la “lucha” de unos niños angoleños para salvar la vida a “Carnaval da vitória”, un cerdo traído por el padre de familia a la casa para cebarlo y matarlo, a fin de acabar con la monotonía alimenticia en tiempos de cartillas de racionamiento socialistas.
La novela se ambienta en Luanda, capital de la Angola posterior a la independencia, en un momento no explícito entre la década de los setenta e inicios de los ochenta. Todavía es época de guerra fría, con el gobierno del MPLA, marxista-leninista y filocubano: años de fervor revolucionario y burocrático, pero también de corruptelas, desigualdad y abuso de poder (me temo que eso no ha cambiado tanto). El narrador cuenta, con cierto tono de fábula o de cuento infantil, las peripecias de unos niños que intentan salvar a un cerdo de su más que probable fin en la cazuela. Sin perder el punto de vista infantil, por debajo de ese plano sencillo y amable hay un trasfondo de absurdo, de miseria bien repartida, de picaresca y de rebeldía. Y de crítica feroz a la homogeneización de la vida, a través de metáforas cómicas como las colas del racionamiento y el “peixefritismo” (“pescadofritismo”) como ideología alimenticia nacional, a la corrupción… pero también es una lucha entre el idealismo infantil y el pragmatismo de los adultos, con el cerdo como objeto de deseo común.
El recurso narativo del cuento infantil para cuestionar o denunciar una situación es el mayor logro de esta novelita, que acaba siendo simultáneamente cómica y crítica. El lenguaje dominante es sencillo, con giros del portugués angoleño, y en los diálogos el uso generalizado de la retórica del comunismo real de entonces, que se concreta en el propio nombre del cerdo: el “Carnaval da vitória” era la fiesta que conmemoraba la victoria del marxista MPLA sobre el filoamericano FNLA tras la independencia.
Entre infantil (sólo en la apariencia) y crítico, este libro de apenas setenta páginas se lee de una sentada, y a continuación se siente el deseo de volver a leerlo. Parece tener, conscientemente o no, algo del Orwell de Rebelión en la granja, aunque aquí sólo hay un animal, el cerdo, centro de la narración. El absurdo hecho fábula, en una parábola tan cómica y tierna como implacable.

espejo


"He visto a dios. Era una araña, y quería entrar en mí, pero yo no se lo he permitido"

Ingmar Bergman, Como en un espejo (1961)

(In memoriam)

30 de julio de 2007

arte en el subsuelo

Hace poco se dijo algo aquí sobre Graça Pereira Coutinho y sus manos impresas en las paredes de la estación de metro de Olaias. Otras estaciones del metro de Lisboa albergan obras de arte de creadores, portugueses o no, generalmente creadas especialmente para cada estación. Algunas de ellas son las de Rato (paneles de azulejos de Arpad Szenes y Vieira da Silva), Alto dos Moinhos (azulejos pintados de Júlio Pomar, que representan a Camões, Bocage, Pessoa y Almada Negreiros), Campo Pequeno (esculturas de Francisco Simões), Cais do Sodré (enormes azulejos con el apresurado conejo de Alicia, obra de António Dacosta), Campo Grande (el juego entre el azulejo clásico y el Op Art de Eduardo Nery), Cidade Universitária (“Le Métro”, de Maria Helena Vieira da Silva, y transposición de otra pintura suya sobre azulejos), Rossio (Helena Almeida), Marquês de Pombal (destaca la escultura de João Cutileiro del célebre marqués, así como paneles de azulejos de Menez y Charters de Almeida). Por fin, la estación de Oriente es un pequeño museo, pues está integrada por obras de autores de diversas nacionalidades, con paneles de azulejos de Hundertwasser, Yayoi-Kusama, Errö, António Ségui, Abdoulaye Konaté, y una enorme escultura de un pez, de Magdalena Abakanowicz. Me dejo algunas estaciones, pero quien pueda que las descubra por sí mismo, que hasta eso vale la pena en esta ciudad.

domingo


A través de la ventana otra ventana: sol blanco en las sábanas.

23 de julio de 2007

ritmo

No ritmo surdo

No ritmo surdo sem forma ainda
de um verso
surge um corpo aberto ao sol
da minha mão.
Pertenço já tão pouco ao meu
corpo que nem sequer
beijei quem me entregava a boca.
Que luz recusava assim
por recear
que de tão verde fora amarga?
Como cheguei a isto, despido
de quanto amei? Terias sido tu,
que de tão jovem me envelheceste?
Diz, não digas. A ternura
dirá o que não sabe o desejo.

Eugénio de Andrade, O sal da língua (1995)

Eugénio de Andrade (1923-2005)

En el ritmo sordo


En el ritmo sordo aún sin forma
de un verso
surge un cuerpo abierto al sol
de mi mano.
Pertenezco ya tan poco a mi
cuerpo que ni siquiera
he besado a quien me entregaba su boca.
¿Qué luz se negaba así
por temer
que de tan verde fuese amarga?
¿Cómo he llegado a esto, despojado
de cuanto amé? ¿Habrías sido tú,
que de tan joven me has envejecido?
Dilo, no lo digas. La ternura
dirá lo que no sabe el deseo.

(Traducción de Ángel Campos Pámpano)

21 de julio de 2007

el otro pie

Mia Couto (1955) es el escritor mozambiqueño más conocido internacionalmente. La huella de este autor en la literatura (africana y universal) comenzó con su primera novela, Terra sonâmbula (1992), aunque antes y después ha escrito muchos otros libros, entre poesía, cuentos, artículos y novelas. Hace unos cinco años leí O último voo do flamingo (2000), una sátira hilarante y tierna al mismo tiempo, entre lo onírico y lo real dentro de la ficción, sobre el Mozambique de posguerra civil y la presencia de los cascos azules. O outro pé da sereia (2006, El otro pie de la sirena, aún no traducido al español) es su última novela. En toda su obra de ficción Mia Couto juega con el lenguaje y crea neologismos, altera la sintaxis (aunque no al nivel e intensidad de uno de sus maestros, el brasileño João Guimarães Rosa), se sirve de la tradición oral y de los proverbios. Habla de Mozambique, de África, de la identidad, de la memoria y la amnesia colectiva (“o homem esquece para ter passado e mente para ter futuro”, dice el narrador de su última novela), y por tanto su temática y la forma de afrontarla es ya universal.

En O outro pé da sereia se alternan dos líneas argumentales, a su vez integradas por pequeñas historias que se entrelazan, como en un juego de esas cajas africanas (y chinas) de madera tallada que contienen otras menores. Por un lado, en 2002, la historia de una muchacha llamada Mwadia Malunga, el hallazgo de una vieja talla de la Virgen y de unos manuscritos del siglo XVI que llevan a Mwadia de regreso al pueblo de donde se marchó hace años; de los habitantes de ese pueblo, Vila Longe, y de la llegada de una pareja de afroamericanos que ansían conocer sus raíces y la historia de la esclavitud. Por otro, en 1560, la travesía desde Goa a Mozambique que lleva la evangelización a los negros (y, con ella, la sumisión al poder portugués), río Zambeze arriba. El nexo entre ambas, simbolizado en una estatua de madera de la Virgen que es simultáneamente el espíritu Nzuzu, divinidad africana de las aguas, se va estrechando a lo largo de los viajes reales e imaginarios de los personajes.
Los capítulos ambientados en el presente (2002) se desarrollan en Mozambique, en la aldea de Vila Longe y alrededores. Mientras, impresos en páginas de color hueso (en la edición de Caminho) y en diferente tipografía se suceden, alternados con los otros, los capítulos que narran la travesía del océano Índico en un barco que lleva en 1560 a Mozambique al misionero jesuita Gonçalo da Silveira (personaje rigurosamente histórico, “mártir” de la cristiandad en tierras de Mozambique) y a otros personajes como el esclavo Nimi Nsundi, o el joven cura Manuel Antunes, seducido por la sensualidad africana.

La originalidad de Mia Couto, a diferencia de otros textos anteriores, no se muestra en esta novela tanto en la creación de neologismos (que los hay, como el bello crepuscalado, o cegocêntrico, entre otros) como en la manipulación de la tradición oral y de los proverbios, a través de verdaderos aforismos que articulan la voz narrativa y los diálogos de los personajes.

Si O último voo do flamingo comenzaba contundentemente con el pene amputado de un casco azul como único vestigio de la explosión de una mina, O outro pé da sereia se inicia con la caída de una estrella que no sabremos a ciencia cierta si es realmente eso o un satélite espía. Esta es la primera de una serie de ambigüedades, de juego de datos entre lo real y lo ilusorio que parece en ciertos momentos confuso, y que conduce a un final tan desconcertante y sorprendente que al lector (al menos a este lector) le queda la impresión de que el autor ha querido dar la vuelta a las convenciones narrativas occidentales y dejarnos completamente fuera de juego. De hecho, es como si el personaje de Zeca Matambira, ex púgil que tuvo que abandonar el boxeo porque era incapaz de golpear a mulatos o blancos, hubiese superado su miedo y nos propinase un seco gancho con la zurda desde el ring de la ficción.

Sea como sea, Mia Couto es un escritor que sabe conquistar al lector, que seduce con personajes simbólicos y fascinantes, bien construidos, con una prosa sencilla aunque labrada por imágenes y frases luminosas, con la fascinación de un mundo en que se diluyen las fronteras entre lo real y lo ilusorio. En esta novela los estereotipos, las imágenes que los occidentales tienen de África y los africanos, caen en pedazos mediante el humor y la picaresca. Los africanos, como nosotros, no son personas de raíz pura, ni acaso importa, parece decirnos Mia Couto: todos somos resultado de diversas mezclas, no sólo raciales o culturales, sino de un complejo conjunto de experiencias, conocimientos, relaciones y herencias bastardas.

– Esse poente, esse poente! Você usava aquela outra palavra que eu gostava tanto, como era?
– Crepúsculo.
– Era isso mesmo, crespu... diga lá outra vez!
– Crepúsculo.
– Maravilha, disse Rodrigues, soletrando repetidamente a palavra. E suspirou: Estou para aqui todo crepuscalado.
(…)
Nesses últimos dias, Mwadia fechava-se no sótão e espreitava a velha documentação colonial. Agora, ela sabia: um livro é uma canoa. Esse era o barco que lhe faltava em Antigamente. Tivesse livros e ela faria a travessia para o outro lado do mundo, para o outro lado de si mesma.
(…)
– Desculpe a pregunta: o senhor se considera um animista?
– Do modo como está o mundo, eu me considero mais um desanimista…

20 de julio de 2007

centro

Cúpula, Culturgest

17 de julio de 2007

limiar

no acesso aceso: apenas as penas
no limiar do teu corpo e sem bússola
na lamúria azeda desta
malouquice
te perco não te perco
sou aguaça nas tuas maõs
lameiro após o temporal do sexo
broa quente aberta
já nem homem nem mulher
só sou eu
e mais nada

[en el acceso encendido: apenas las penas / en el umbral de tu cuerpo y sin brújula / en la queja agria de esta / locura / te pierdo no te pierdo / soy torrente en tus manos / lamedal tras la tormenta del sexo / pan caliente abierto / ya ni hombre ni mujer / soy sólo yo / y nada más]

14 de julio de 2007

Tejo, Tajo

Nascente do Tejo na Serra de Albarracín

“Arroio, sílabas de água,
escorre nas tuas pedras,
sílabas de terra”
eu disse ao ouvido da nascente.

Fiama Hasse Pais Brandão, As Fábulas (2002).

[Fuente del Tajo en la Sierra de Albarracín
“Arroyo, sílabas de agua,
desliza en tus piedras
sílabas de tierra”
dije al oído de la fuente.]

Y así es, en las sierras de Teruel nace apenas un arroyo que se desliza a lo ancho de la península hasta el Atlántico; pero el río que llega a Lisboa, ¿es el mismo río que brota en la frontera entre Aragón y Castilla-La Mancha? Todavía no. Eso parece decir ese pequeño poema: aquello son apenas sílabas, ya con sentido, aunque aún no el extenso poema que se diluye en el océano. La fuente de Albarracín forma las primeras líneas de un manuscrito que aquí, en Lisboa, es obra en remanso, escrito que ha bebido de tantos otros, y que lega su discurso (y decurso) al mar, que ignora el tiempo.

En el poema de arriba, una portuguesa visitaba las fuentes del Tajo. A continuación es un español quien escribe sobre el río próximo a su final:

O cais

La tarde enciende las luces del puerto.
Huele a tierra mojada en la raíz del muelle.
Levemente hacia el mar,
la estela de un barco rasga el agua:
territorio desnudo que en las sombras
pierde el nombre, el día, los colores…

Escribir es recuperar su ausencia:
esta sabia costumbre de los ríos
de morir en el agua o en el aire.

Ángel Campos Pámpano, La ciudad blanca (1988)

Lisboa desde la Casa da Cerca (Almada)

11 de julio de 2007

de la fuga

El autor de este libro, Dinis Machado (1930) ha sido un poco de todo: periodista deportivo, organizador de cineclubes, entrevistador, poeta y autor de novela policial (que firmaba como Dennis McShade). Su obra más reconocida y exitosa es esta O que diz Molero (1977, ahora en 2007 en reedición conmemorativa del 30 aniversario), que fue traducida al español por Ángel Crespo (Lo que dice Molero, editado por Alfaguara en 1981 y supongo que hoy descatalogado).

O que diz Molero es una larga conversación: Austin lee y comenta a Mister DeLuxe lo que un tal Molero ha escrito en su informe sobre la vida de un personaje al que se alude siempre como “o rapaz” (“el chico”). El relato de ese informe, que ocupa la mayor parte del libro, es una narración sobre una infancia y adolescencia en un barrio de Lisboa (el Barrio Alto, aunque no se explicite), en los años cuarenta, y sobre los poemas que ese “chico” escribió y los viajes (que más parecen imaginarios que reales) que más tarde emprendió.

Relato dentro de un relato, el libro se organiza, así pues, como un diálogo: el narrador se limita a decir “dijo Austin” o “dijo Mister DeLuxe”, a lo sumo apunta un movimiento de cabeza o un sacudir del cigarrillo en el cenicero. Es principalmente Austin quien asume la labor de lectura y comentario de un supuesto informe escrito por Molero, a su vez voz narradora en tanto que cita leída por Austin, y que habla de un tercero, “el chico”, cuyos pasos ha seguido hasta perderle la pista. El texto escrito por Molero es en fin un informe probablemente encargado por Mister DeLuxe, como si se tratase de una agencia de investigación cuyos fines nunca se describen, ni vienen al caso. No hay capítulos, sino una sucesión de fragmentos de un solo párrafo, de dimensión variable.

La novela se asienta en el uso de la ironía, del humor, del juego con los nombres, con personajes entre grotescos y tiernos, algunos canallescos, otros locos o fabulosos; y con cierta poesía en prosa (la escrita por “el chico” y su búsqueda de la palabra). Hay referencias culturales constantes, en particular al cine, o mejor dicho a las películas de los años cuarenta en un cine de barrio y a través de la mirada adolescente; y también a la literatura como vía de escape, a la pintura, etc.

O que diz Molero es un libro que divierte, que retrata con ironía y cierta nostalgia una infancia y adolescencia de barrio, pero que no se contenta con eso: busca la vía de la imaginación y la creatividad para hablarnos de un personaje que, obsesionado con Miró y con la poesía, acaba por recorrer medio mundo en busca de “la última frontera”. En lo que tiene de vida de barrio pobre en los años cuarenta, de juegos e historias de calle contadas en tono de leyenda, me recuerda un poco a Marsé, aunque Dinis Machado se sirve más de la vena cómica (y, claro, aquí no hay posguerra). No, esto es otra cosa: está la crónica de un tiempo en el que la ficción cotidiana se componía de fotogramas de cine, de actores y actrices que se mezclaban con el vecino idéntico a un vampiro, de Greta Garbo como mito anhelado; pero también hay algo de Saint-Exupéry sin avión, de Lewis Carroll sin espejos ni puertas de por medio, una fuga hacia lo desconocido, hacia lo abierto, como el final mismo del libro. Un libro que empieza así:

"Teve uma infância estranha", disse Austin. "Em última análise, todas as infâncias o são", disse Mister DeLuxe. "Molero diz", disse Austin, "que a infância do rapaz foi particularmente estranha, condicionada por questões de ambiente que fizeram dele, simultaneamente, actor e espectador do seu próprio crescimento, lá dentro e um pouco solto, presso ao que o rodeava e desviado, como se um elástico o afastasse do corpo que transportava e, muitas vezes, o projectasse brutalmente contra a realidade desse mesmo corpo, e havia então esse cachoar violento do que era e a espuma do que poderia ser, a asa tenra batendo à chuva.

6 de julio de 2007

escuchar

En el barrio donde vivo, Poiais de São Bento es una de las calles principales, y el itinerario más corto para ir hacia el Chiado y la Baixa. Estrecha como una cañería, por ella circula el tranvía 28, en algunos tramos acariciando la chapa de los coches aparcados y paralizando a los peatones, que han de pegarse a las fachadas de los edificios si no quieren ser aplastados por la cápsula amarilla.

Hacia el final de la calle, en un sótano semioculto al que se accede por una vieja escalera, tiene su taller un viejo luthier de instrumentos de viento metal. Paso ante esa puerta al menos tres o cuatro veces por semana. Los primeros meses no me di cuenta de la existencia de ese sótano, hasta que un día de inicios de noviembre escuché el lamento de una tuba y busqué el origen del sonido. Me incliné y, a través de la puerta, escaleras abajo, distinguí un mostrador sucio y un tubo dorado y acampanado en la penumba. Después, unos dedos de alambre lo tomaron, el metal desapareció y volvieron a oírse dos o tres frases musicales inconexas, el andar cansino de elefante de una tuba. Pasó el tiempo, no volví a encontrar la puerta abierta, ni a oír ningún otro instrumento, y lo olvidé.


Hasta que una mañana ventosa, no hace más de dos semanas, me apreté contra una vieja casa de paredes sin reboque para escapar a la embestida del 28, y tras el estruendo del tranvía me quedé allí pegado, helado. En el silencio de la calle sonaba una trompeta quebrada, triste, una trompeta. ¿Hay algo tan hermoso y triste como una trompeta rota contra el silencio? Reconocí la puerta de cristal, la abrí y bajé las escaleras. Un hombre de cabello gris inclinaba su cuerpo enjuto sobre una trompeta de metal sucio, le arrancaba largas notas que formaban el inicio de algo, sin despertar aún la canción, apoyándose en el silencio como quien torpemente se apoya en el frágil pretil de un pozo. Al borde de ese abismo tocó durante algunos minutos más, hasta que el sonido se quebró y apartó la trompeta de sus labios. Me descubrió entonces, y me regañó, amable y jocoso, por no haberle avisado. “Deseja alguma coisa?”, dijo. Me costó hablar, recuperarme y buscar alguna excusa. “O meu saxofone estragou-se”, improvisé. Me dijo que no solía reparar saxofones, pero que si era una pequeña avería podría intentarlo. Y así acordamos que al día siguiente le traería mi saxo alto de mentira.

Desde entonces, cada vez que paso ante la puerta temo que surja de su pozo de silencio y notas rotas, que me pregunte por el saxofón. Y aún así me pego a la pared, aunque no venga ningún tranvía me arrimo a la puerta y aguzo el oído, por si puedo volver a escuchar aquella música quebrada siquiera una vez más.

Enrico Rava, trompeta: 10 Lady Orlando.mp3

5 de julio de 2007

blanco


Blanco y sombra. Hacia la luz paralelas, infinitas, casi ausentes: las palabras.

4 de julio de 2007

las 3 Marías

En 1971, en plena dictadura salazarista (en su época final, con Marcelo Caetano en el gobierno), Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa publicaron el libro Novas Cartas Portuguesas. En él se juega con los géneros literarios, principalmente epistolar, poesía y cuento breve, a partir del personaje de Mariana Alcoforado, monja portuguesa que realmente existió y a quien se atribuyeron las apasionadas Lettres Portugaises (París, 1669) dirigidas al marqués de Chamilly, y “traducidas al francés” por Lavergne de Guilleraggues (que probablemente fue el verdadero autor).

Las Novas Cartas Portuguesas, el libro de “as Três Marias”, como entonces se llamó a las autoras, refleja un erotismo libre de prejuicios beatos y al margen de los tópicos del erotismo literario masculino de entonces; expresa sin pelos en la lengua el deseo de alcanzar la igualdad de género y sabe usar los registros y la ironía para tratar, sobre todo, las relaciones amorosas mujer-hombre. La censura sobre libros en Portugal no era previa, pero actuaba con rapidez sobre cualquier “desvío”, de modo que fue pronto silenciado, retirado de la circulación, y las autoras procesadas, junto con la editora, por ofensa contra la moral pública. El erotismo femenino era entonces considerado pornográfico (sí, claro, todavía quedan dinosaurios). Del caso se supo más en el extranjero que en Portugal (en España tampoco, como es lógico, donde el libro nunca se tradujo), y la presión internacional, así como la posterior llegada de la revolución de Abril de 1974, rehabilitó a sus autoras. Antes y después de ese libro, cada una de ellas desarrolló una obra literaria personal, ya en el campo de la narrativa, ya en el de la poesía.

Más allá de la historia del libro y de su trasfondo sociopolítico o feminista, me interesa destacar su valor como obra literaria. Novas Cartas Portuguesas es un juego literario propio del experimentalismo de la época en que fue escrito, inicios de los setenta, y ese juego no se limita a los géneros mezclados, o a la referencia de una obra anterior a partir de la cual se recrean personajes y situaciones desde el presente de la escritura. El juego está en el lenguaje, principalmente. Las tres Marías escriben al modo de la prosa epistolar de finales del siglo XVII, y lo mezclan con poesía satítica y jocosa, con descripciones de erotismo explícito, con fragmentos de tono más vanguardista, y con grandes dosis de ironía y humor. A pesar de tener fragmentos mejores que otros, se trata de un libro valioso, que en su momento supuso una verdadera osadía, y cuya lectura hoy, siquiera de forma fragmentaria, bien vale la pena.


João Cutileiro, Janela de Soror Mariana,
escultura en el parque de Monteiro Mor


En cuanto al texto original en que se inspiraron Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, las apasionadas Lettres Portugaises atribuidas a sor Mariana Alcoforado, hay traducción al portugués, a cargo del gran poeta Eugénio de Andrade (en Assirio & Alvim).

2 de julio de 2007

superficie


Ni adentro ni en el fondo. Todo es superficie y atraviesan: los peces rojos.

velocidade


El tiempo vuela. ¿Alguien me presta una red?