19 de marzo de 2007

fin del mundo

El fin del mundo, el límite entre la tierra (conocida) y el ancho mar, es un lugar múltiple, cuya ubicación se reparte por los diferentes continentes: Finisterre (el finis terrae), el Cabo de Hornos o el Cabo de Buena Esperanza son algunos de los más célebres. Todos ellos tienen su faro, solitaria luz ante el océano inmenso.

Cabo da Roca

En el Cabo da Roca, la punta más occidental de la península ibérica, las olas rompen con furia ante la figura impasible de su faro, el primero en ser electrificado en Portugal (en 1897, aunque el faro es de finales del XVIII). Altos acantilados, un viento iracundo y abajo, muy abajo, el mar con uñas de espuma: sí, aquí también se halla el fin del mundo.

Sin embargo, hay otro fin del mundo que no tiene faro, ni horizonte al mar. No lejos de allí, cerca de Estoril (ciudad célebre por su casino y sus residencias de lujo), se levanta desde hace décadas el Bairro do Fim do Mundo, un puñado de chabolas de uralita, ladrillo y madera, que llegó a estar habitado por cerca de trescientas familias de origen africano y gitano. Desde hace pocos años, y sobre todo tras un incendio en que murieron abrasados una mujer y cinco de sus hijos, en septiembre de 2005, la Câmara Municipal de Cascais comenzó a derribar las chabolas, no siempre realojando a quienes quedaban sin techo. El estigma de la droga y la violencia parecían razón suficiente para acabar con este foco de marginalidad.

Barrios del fin del mundo, como faros sin luz al borde del abismo, se encuentran también repartidos por el resto de la península, en el corazón de Europa y por todos los continentes, cada vez en mayor número. Habitados por familias pobres, trabajadores sin papeles, marginados, son poblaciones sin futuro, carne de bulldozer. Ante el espectáculo que ofrecen, miramos para otro lado, por desasosiego o repugnancia, y callamos.

Porque hay un ruido de olas que nos deja mudos, un ruido de fondo de mar bravo que nos ensordece, y no sabemos qué decir, ni cómo reaccionar, ni siquiera cómo percibir lo que se avecina, el temor hecho certidumbre de que el fin del mundo está cada vez más en todas partes, de que nos cerca el abismo y de que los lindes entre la justicia y la paz se diluyen. Lejos de apocalipsis y pesimismos vacíos, resulta imprudente seguir ignorando que la marginalidad y la exclusión constituyen el germen de la tormenta.

Pero aquí seguimos, mirando el mar, ciegos de tanta luz, al pie de los faros ciegos.

4 comentarios:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Recuerdo unos versos de Darío Ray que hablan de esos finis terrae que no están en los acantilados, sino en los márgenes de las ciudades o salpicando las calles:

Da miedo cruzar los ojos
con la gente postrada en las aceras,
siempre parece adivinarse en sus pupilas
el reverso de nuestras vidas.

He leído atentamente la entrada anterior. Creo que el final resume bien esa preocupación de tus vecinos por conocer qué se piensa de ellos. Vas a conseguir que aprenda portugués (sería estupendo, disfruto mucho cuando lo escucho).

Un cordial saludo.

Daniel Pelegrín dijo...

Gracias DR, tu lectura creativa es todo un aliento. Me gustan esos versos, expresan mejor lo mismo: ese reverso al que no nos atrevemos a asomarnos. Salud.

Nuno dijo...

Gosto imenso desse sítio. É muito simbólico, e extraordinariamente poético...

Daniel Pelegrín dijo...

Nuno, eu também gosto do teu sítio, mas do que realmente gostava era de ver um filme teu... abraço