22 de agosto de 2007

suena

Alfama, 1920, Francisco Smith (1881-1961)

y tras subir la larga escalera los ojos se me cierran de fatiga. Las imágenes se nublan, y siento la música de este barrio en eterna decadencia. Suena el pífano del afilador, como en la película de Wim Wenders, y como Rüdiger Vogler me siento a escuchar y registrar sonidos, aunque sea con mi débil memoria. Las mujeres se gritan de ventana a ventana, el aire les baila la ropa tendida. Blanco. Qué desdicha ser ciego en Venecia, dijo aquél, y qué gran desgracia ser sordo en Lisboa, pienso ahora yo. El blanco suena: escucho la luz de cada presencia, el barullo de los niños, una canción que se vierte desde una ventana, la discusión de dos viejos, un grupo de turistas italianos. Gaviotas. El zureo de las sucias palomas. Escucho. Pero no basta: habría que registrarlo todo, guardar el sonido para nutrir la memoria, para acompañar el recuerdo y las imágenes del pasado. Habría que

2 comentarios:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Dicen que la sinestesia consiste en mezclar sensaciones. Gracias a tu bello texto se pueden ver los sonidos de la Alfama, oír el color blanco del barrio. Todo ello te ayudará -nos ayudará- a recordar con más precisión todo lo que valga la pena. La pena de no compartir ese paseo.
Un abrazo.

Daniel Pelegrín dijo...

Bueno, no hay texto que pueda igualar una sensación como aquella, pero no por eso vamos a dejar de intentarlo, y escribir además proporciona un placer ya diferente. Muchas gracias, y un abrazo.